2006/11/02

EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS

No será arriesgado decir que ocurre lo mismo en todos los cementerios del mundo. Los que perdieron a un ser querido en el último año y celebran (?) su primer uno de noviembre bajo tierra, o en un nicho, que es lo más frecuente hoy, lloran allí su pena indiscutible, pero según pasa muy poco tiempo, un año, dos, dependiendo del muerto, del parentesco, de la edad, acaban siendo un puro compromiso que nadie se atreve a romper, so pena de ser señalado con el dedo, y el dedo acusador no perdona. Gran idea la de mi padre queriéndose incinerar, y no menor la de mi hermana cuando pensó y decidió que sus cenizas se depositaran en la cima del Naranco. ¿Dónde estarán ya? En los primeros días y durante bastante tiempo, miraba por la ventana al Cristo del Naranco ¿cuánto hace que no miro, y no digo “no voy”?

En otro tiempo debieron celebrarse más los difuntos. Queda el nombre y ya es algo. Mucha gente mayor sigue hablando de ir al pueblo “por difuntos”. En América hablan de las ánimas. A los más jóvenes les suena más el puente de Todos los Santos.

Para el peregrinaje por los cementerios, necesité coger el coche y atravesar a pié el centro de la ciudad. Sobre las once de la mañana ya había turistas por La Escandalera. Se les distingue por la cara y por el plano. ¿Son más libres que los demás? ¿No tienen ningún muerto reciente? ¿Son igual él y ella? ¿Tendrían algún problema con sus respectivas familias, o ellos mismos entre sí por esa decisión? ¿Son, sin más, unos descastados? ¿Son la vanguardia? Habrá de todo.

Llevo muchísimos años haciendo lo mismo: por la mañana a San Pedro, donde está mi abuela materna, por la tarde a La Pola donde tengo un tío, también materno. Esto del tío materno es por apoyar a mi madre, que si no no hay quien vaya. Mi tío estaba viudo y está solo en su tumba todo el año, sin visita alguna. De hecho, su nicho es el peor conservado de todos los de los alrededores. Murió después de seis meses en coma, tras ser atropellado por un coche. No fui a su entierro. Estábamos de vacaciones en Benidorm. Cuando me enteré habíamos ido a conocer Calpe. Mi madre no me quiso llamar para decírmelo antes. También estaba de vacaciones cuando murió Valentín, y su sobrino Jose. No fui a ninguno de ellos y, por las odiosas comparaciones con otros muertos, no tengo la conciencia tranquila. No sé si será por eso, pero sueño a veces con que Félix revive o resucita y cuando le voy a hablar, me aparta y me da a entender: “quítate, que no me querías”. Para rematarla, en la actuación que tuve como abogado en el juicio del accidente, el juez, un sustituto, aplicó una ley derogada que concedía menos indemnización. Luego alegando el error, llegué a un acuerdo con la Compañía de Seguros, la Mutua Madrileña, cuyo nombre quedará asociado para siempre a ese hecho, a ese siniestro, por hablar con propiedad técnico-jurídica.

La misma imagen de abandono ocurría estos años de atrás con la tumba de mi abuela hasta que mi madre encargó un pequeño adecentamiento. Hoy la vi por primera vez y quedó bastante bien. Somos un poco adanes para esas cosas, y me siento responsable como hijo mayor, varón, etc. Está claro que no heredé las cosas buenas de mi padre. Quizá las malas sí.

Mientras vivíamos en Fierros mi padre, si no trabajaba, iba a León, a la tumba de su madre, en viaje que hoy reconozco. Yo fui todos los años al cementerio del pueblo, donde estaba enterrado el tío Jesús, al que no conocí, hermano de mi madre. Su madre, mi abuela, lo lloró siempre desde que murió a los treinta y dos años en un accidente ferroviario en el puerto de Pajares. Era mozo de tren, y reemplazaba a jefe de tren. Murió en oscuras circunstancias, dicho sea en sentido positivo. Se asomó demasiado por una barandilla de un vagón o de una garita y se pegó contra el túnel. Para los míos le dio un mal. Las malas lenguas decían, según mi madre, que había bebido. Eso nunca lo podré saber ni habrá quien me lo cuente, pero me es indiferente porque la historia no tiene vuelta atrás y la pena está vivida y, en cierta forma, transmitida. Hoy me fijé en un curioso detalle: su lápida habla del recuerdo de su madre, hermanos y compañeros de la RENFE, que quizá colaboraron en el pago. Para la familia era un dios y es cierto que todos los que me hablaron de él, ya adulto yo, me hablaron bien y podían simplemente callar.

Era el sustento de todos desde que sus padres, mis abuelos, se separaron y no vieron un duro de Ramón, del que nunca se hablaba. Tampoco tuvimos mucha relación en aquel entonces con su familia. No estaban enfadados, pero más adelante mejoró algo la situación. No me interesé nunca por ellos hasta que me dio por enredar con el árbol genealógico. Estoy, no obstante, orgulloso de haber podido hacer algo por un primo de esa rama, maquinista, que tenía una carta de despido por larga mano.

Volviendo al tío Jesús, poco supe de él, solamente que le gustaba la gaita, y por eso mi abuela lloraba cuando la oía por la radio o en la misa. Y mi madre lloró hasta hace bien poco cuando pasábamos por la carretera en un lugar muy próximo al del accidente.

Retorno al cementerio. Creo que habré ido un par de veces al cementerio de León donde está Daría, mi abuela paterna. Fui una vez, estando de militar en León, cuando sacaron los restos. Cogí la calavera en la mano, detalle que me recuerdan mis tíos cuando me ven.

Me gustan los cementerios sin nichos. Si voy de turismo a cualquier sitio y el cementerio me pilla de paso, la visita es obligada. Así lo hice en La Habana y en Yernes y Tameza. Los cementerios con nichos son más fáciles de limpiar, más funcionales, aprovechan mejor el espacio, pero me quedo con lo clásico, con las flores naturales adornando las tumbas, con la tierra removida y bien colocada, con una sencilla cruz en la que pudo borrarse la pintura de las inscripciones y dificulta la lectura. ¿Quiénes serían todos esos muertos para mí desconocidos? Acabamos sabiendo que uno era carpintero, otro de Villaviciosa, otro debía ser uno que estuvo aquí de maestro. En eso quedó resumida una vida.

Es un curioso equilibrio el de los cementerios, qué criterios se sigue en el necesario reparto de tiempos, entre la familia de uno y la familia política, y dentro de la familia, la paterna y la materna, el juego de las distancias, de los afectos, de los quereres, miedos e intereses. La intemerata debe ser cuando hay un divorcio por medios.

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