2006/11/12

EL PICU CASTICHU Y LA ECOLOGÍA

El viernes tocó una jornada atípica de monte como a mí me gustan, a saber, por libre, en un día laborable, sin mayor programación.
Se chafó el viaje a Galicia por la repentina prostatitis de Pepe, el anfitrión, pero como el día ya lo había cogido, se buscó una alternativa.
Por la mañana de taxista para que mi madre bajara a hacer compras a La Pola. Lo acostumbrado: sacar perras de la Caja de Ahorros, con la libreta tradicional, que eso de la tarjeta ye un lío; comprar unas botas de goma porque para andar a castañas hay que pasar algunos regueros y las madreñas no son lo más adecuado; compras en el Alimerka (con el paréntesis que se dirá en la espera ); compras en el economato de HUNOSA (que merecerá otro excursus); compra en la carnicería de Antón en Campomanes, y a las doce estamos en Naveo dando vueltas al árbol genealógico y a historias del pasado, los que marcharon pa la Argentina, los que vinieron a vender la hacienda, los que se quedaron aquí con las cosas que eran de los emigrados pero que nunca vendrán a reclamar, se supone; los que figuran como hijos del marido de la mare, pero en realidad son de otro; se apuntó por padre, se dice.
(Primer paréntesis: esperando fuera del Alimerka, porque el coche estaba en doble fila, había una chica posiblemente rumana, muy joven, sentada en el suelo, contra la entrada, con un letrero que hablaba de los dos niños que tenía y que necesitaba dinero para “puter” vivir, la proximidad de las dentales t y d induce a tristes juegos de palabras. Entró en el merka un treinta o cuarentañero, con chándal, con ese aspecto inconfundible de los enfermos de sida, con la cara entre rosada y blanquecina, con pinta de que ya no les nace la barba, esparigüelau, cojo, de andares desparramaos, y, hombre que necesita más recibir que dar, se alejaba de ella, pero volvió para echarle una moneda que ella agradeció muy tenuemente con un levísimo movimiento de cabeza; y todavía volvió para dejar algo en la papelera, quizá el envoltorio de un caramelo, quizá el ticket: la solidaridad y el civismo de los más necesitados).
(Segundo paréntesis para el economato de HUNOSA: qué triste era el economato funcionarial, en el mal sentido de la palabra, de la RENFE, igual de triste es el de HUNOSA, por el contraste del colorido de los alimerkas o de los Más y más, con sus estanterías oxidadas, dobladas y destartaladas, con estanterías repletas y otras vacías, descompensadas, luz de fábrica, cables de cualquier manera, con los cajeros (no cajeras, al menos ayer) cansinos, con sus batas blancas reglamentarias, y sin embargo la gente va, es cuestión de precio. Se ahorra, pero es la impresión es más que desagradable). Hace unos días los del Más y más andaban con no sé qué promoción y decoraron la tienda más próxima a mi casa con motivos de cine y los dependientes estaban todos disfrazados y con cara de risa. Qué lejos del economato de HUNOSA.
Vamos a contarlo al estilo Saramago. Pues nada, comida sencilla, un filete con patatas y unos pimientinos que a Luis Simón siempre i gustaron unos pimientinos (por segunda vez el corrector de Word quiere poner pimientitos, pues, no, pimientinos), y en vez de la acostumbrada siesta, a hacer la digestión monte arriba, cámara de fotos en ristre, registrando el suelo amarronado de fueya, con hojas de todas las tonalidades, cuesta arriba, aquí hubo una cruz de cuando se llevaba a hombro a los muertos, pero de la cruz, clavada a un castaño, solo queda el palo vertical, yo por mí la ponía, pero está en la mata de un vecino con quien ya hubo mejores relaciones, son cosas que pasan en los pueblos y en la vida, unas veces se está a bien con unos y otras, con otros, no hay mal que cien años dure, pero a veces pasan cosas que van quedando dentro, van dejando un poso amargo que queda ahí para siempre jamás, antes se pasa de bien a mal que del mal al bien, a veces se alude a los muertos, se discute por la medida de unas lápidas, por el poco espacio que queda para limpiar las tumbas contiguas y entonces la cosa ya tiene peor arreglo.
Segimos cuesta arriba, dejamos atrás los muertos y el llano de la iglesia, y embocamos por la nueva pista abierta para la minicentral. Mira qué vista hay desde aquí, aquello ye La Romía, cuanto habrán andado por aquí los mis hermanos, y Luis el de Madrid, y acuérdome que una vez vino Paquito, tendría cuatro años, con Valentín, y como se alejó un momento, Paquitó marchó para La Romía, ¿y no tenías miedo?, andá, no, pues llamo a un taxi y le digo que hasta Juan Bravo, y ya lo pagará mi padre. No oí veces la historia.
La cuesta, llevadera, uniforme, no demasiado pronunciada, se podría hacer en su mayor parte con un turismo. Vemos un carrescu, o sea, un abeto, con sus preciosas bolinas rojas y sus hojas verde brillantes y aceradas. Qué guapa ye la naturaleza.
Arriba del todo estaba el castro cuya destrucción denunciaron los defensores de los vestigios histórico. Ahora está la balsa, que también, que también denunciaron los ecologistas. Bueno, bueno, mejor se preocupaban de otras cosas, que por lo menos se hizo un camino, y los vaqueros pueden ir al monte en el patrol, y la naturaleza se puede disfrutar, que si no hay que verla desde una ventana, porque se acaban cerrando los caminos.
En lo alto del todo, en los riscos habría una docena de cabras, seguramente de Enrique. Entre las cabras a veces hay algún castrón, por no decir cabrón, e impone su respeto, de manera que dejaremos la coronación para mejor momento, que sigo sin licencia de armas.
La verdad, no sé que pensar de lo del picu Castichu. Era la segunda vez que iba en mi vida, la primera fue, tendría diez años, de vuelta de pasar unos días en La Palanca, una cuadra en el monte, a donde habíamos ido con mi padre y madre a la hierba para los de La Romía. Tengo un recuerdo imborrable de aquella estancia, de las mejores patatas guisadas que comí en mi vida, cocinadas en la trébede, con la cabana afumada, con aquellos camastros, y un regueru o una fuente al lado de la cuadra. Decían que era el agua lo que le daba ese gusto inconfundible. Ahora ya no se comen patatas de esas, guisadas, sin más, … Pues bueno, bajando del monte, en aquella ocasión, hará cuarenta años, llegué hasta el picu Castichu, que como siempre lo había visto tan alto desde Naveo, no me hacía a la idea de que no fuera tan puntiagudo desde el otro lado. Viniendo desde Pandoto, es algo más llano. Retomo y digo que es la segunda vez que iba al Picu, nunca había oído hablar del castro hasta que lo destruyeron, es cierto que dicen que decían que había uno. Posteriormente vi trabajos que lo documentaban, pero en el pueblo nadie lo valoraba. Sí que hay unos praos que los llaman El Questru, pero, no sé que pensar. Si era un castro de valor histórico notable, merecería la pena su conservación, pero si era uno más de entre los quinientos que puede haber en Asturias, no tendrá tanta importancia, máxime, si la carretera que hicieron para los accesos, origina indudable comodidad a los habitantes, por ejemplo, vale para llegar hasta el cementerio.
Nuevamente Buridán, la duda. Ya sé que así no se llega a ninguna parte.

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