2007/03/28

CONTRADICCIONES

En general se está mejor dando la lengua y arreglando el mundo que tomando decisiones, aunque sean minucias.
Pongamos que cada equis tiempo te toca participar en una mesa de contratación que tiene que decidir a quién se adjudica un contrato de limpieza de tu dependencia, o a quién se va a otorgar la concesión de una parcelita de actividad.
Pongamos por caso que una empresa de las que participan son unos tramposos confesos, pero que son unos magos con los papeles, con las certificaciones, con los informes, con los proyectos, con los diagramas, con las presentaciones. Pongamos que sabes, o supones o te da la impresión de que lo que dominan a la perfección es la papelería, la hojarasca, el envoltorio, pero resulta que tienes que juzgar y valorar el paquete, que es una monada, con lacito y todo. No te extraña demasiado porque defiendes la existencia de uniformes. Te quedaste con la vieja copla militar de que el ejército que desfila bien combate bien, que como el pueblo no tiene oportunidad de ver guerrear a sus soldados, si los ve desfilar bien, limpios, ordenados, supone que serán mejores defensores de la patria. Y aplicas ese principio a los ejércitos y a las empresas, a los jueces y a los futbolistas. Y cuando te toca de examinador te das de bruces con las contradicciones, con las hipocresías (hipo, debajo; algo que se oculta).
Pongamos que una de las empresas a las que tienes que valorar está formada íntegra o mayoritariamente por minusválidos o, por seguir el lenguaje más políticamente correcto, por personas con una discapacidad.
Y te parece un motivo encomiable: dar trabajo a personas con una discapacidad porque estás convencido de que el trabajo es la mejor forma de integración en la sociedad.
En una de las últimas ocasiones en las que participaste en una mesa de contratación se adjudicó la limpieza de un sector a esta empresa de las personas con una discapacidad (qué tedioso el uso continuado de estos circunloquios), y a los dos meses de la subrogación, una mala tarde cuando le dices “hasta mañana” al limpiador te responde que “hasta cuando sea” y te da la mano: “me acaban de despedir” y te enseña la carta: por haberse excedido en el tiempo de la merienda y por disminución en el rendimiento en el trabajo, cuando no tienes noticias de queja alguna ni te percataste de tales excesos culinarios.
Juras en arameo, porque es entonces cuando te das cuenta de que esa empresa a la que tú diste el voto entonces, utiliza el truco de colocar a minusválidos para despedir a los válidos, así cualquiera, aprovechándose de las subvenciones públicas y de la buena fe de la gente, que apoya una causa noble y justa, que ellos utilizan con una desvergonzada trapacería.
Los sindicatos no se quedan de brazos cruzados y convocan una huelga, y esa simple amenaza es suficiente para que readmitan el trabajador válido en la empresa de minusválidos.
Pongamos que ahora nuevamente esa misma empresa se presenta a otro concurso y juras o prometes que, si te vuelve a tocar formar parte de la mesa de contratación, harás todo lo posible para que no se lo adjudiquen, pero llega la ocasión, examinas la documentación y, sobre el papel, son los mejores con diferencia. Llegados a este punto, defiendes que ganen ellos porque las bases son las bases.
No vas a insistir en la falta de formación jurídica de quienes redactan las reglas del juego. Seguramente, por tu deformación profesional barres para casa y antepones lo jurídico a lo económico olvidando la vieja teoría marxista de que el derecho es ideología y la ideología es superestructura, pura emanación de la infraestructura, la economía, las relaciones de producción y de poder. Solamente pides que si se encarga una casa a un albañil chapucero, no se busque luego a un arquitecto que la apuntale, o lo que es lo mismo, que no llamen después al letrado a levantar una ruina.
Pongamos que tienes pruebas de que un sindicato está muy interesado en que no se adjudique ese concurso a esa empresa tramposa. Meditas sobre tus propias contradicciones, y piensas si ese sindicato no habrá tenido las suyas por apoyar a trabajadores válidos sindicados, con trabajo, antes que a otros de otra empresa de minusválidos, que quizá no estén afiliados o que lo estén a otro sindicato o que simplemente no vean la necesidad de estarlo porque al fin y al cabo seguramente cobran ya una pensión de invalidez, aunque sea pequeña, que complementan con ese otro sueldo, también pequeño. Y piensas en esas palabras vacías que muchas veces oirás pronunciar sobre la necesidad de políticas de apoyo a personas con discapacidad.
Y ves lo difícil del día a día en tu centro de trabajo, donde hay un porcentaje no despreciable de trabajadores recolocados allí, desde la producción a la oficina, precisamente por alguna dolencia o limitación física. Y ves cómo entonces la grandilocuente solidaridad ya no es tal, es hora de las comparaciones (“cobra lo mismo que yo y no se le puede mandar nada”).
Es la vieja historia de la vida, carreteras sí, depuradoras sí, transformadores sí, aeropuertos sí, trabajadores con limitaciones sí, en algún sitio tienen que estar pero lejos.

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