2007/05/18

LOS COMPAÑEROS SENCILLOS



Hace más de treinta años que dejaste el Seminario de Oviedo. Durante los meses siguientes te autodefinías como ex-seminarista, pero pasa un lustro, o pasa un decenio, o pasan dos decenios y un buen día tú y tus antiguos compañeros ya no os llamáis los ex–seminaristas, porque le quitáis el ex y seréis ya para siempre los seminaristas. Cuanto más tiempo pasa el orgullo acabó por arrinconar a otros sentimientos y otras sensaciones menos confesables, por ejemplo algo de vergüenza.

Hoy estás en los últimos preparativos del segundo encuentro de seminaristas de tu curso. Casi todos los cursos organizan su encuentro anual, pero del tuyo no se había encargado nadie hasta que la idea fue madurando durante una temporada en la que coincidiste tomando sidra con otro compañero también seminarista, cura por más detalles, y por una vez pasaste de las palabras a los hechos, tú que generalmente te quedas en mera intención.

Internet, los móviles, la tarifa plana y la tolerancia patronal que coges por la mano facilitaron mucho las cosas.

El primer encuentro, celebrado en el año 2006 fue un éxito total porque acudieron sesenta compañeros. El encuentro de este año se va a celebrar el sábado y los últimos datos indican que acudirán entre cuarenta y cinco y cincuenta personas. Lo consideras un éxito porque los de otros cursos te dicen que a estos encuentros suelen ir unos treinta.

El año pasado te llamaron la atención varios compañeros que no eran de los más brillantes, a quienes no admiraste de joven, pero es que también tú cambiaste de valores.

Te sorprendió muy gratamente el minero jubilado, que ya entonces era un mocetón y ahora ye un cachu paisanu, que nada más que te vio, su primera preocupación era pagar, preocupación que manifestó a los diez minutos y otra vez a la media hora. La honradez de la gente sencilla.

Te causó una impresión enorme otro minero también jubilado, que no era entonces santo de tu devoción, más bien lo tenías enfilado por lo bien que jugaba al futbolín, por los trallazos que daba a la bola y por los mates del ping-pong. Aquella fuerza descomunal para un cuerpo tan diminuto te parecía una trampa a la que tú no podías llegar. Si acaso, tú tenías alguna habilidad para el ajedrez u otros juegos de vagos, pero ninguna fuerza y ninguna habilidad física, porque, además, estabas tan fofo que lo físico y la fuerza no eran lo tuyo. Y admirabas/despreciabas aquello que te quedaba tan lejano.

Cuando entamaste el primer encuentro y fuiste recopilando información, el compañero que lo localizó te dijo que este otro mantuvo durante su vida laboral el espíritu inquieto de entonces y te lo dijo con esas mismas palabras. Y que había sido un líder de CCOO en la minería, además del sector radical, y entonces ya entendiste perfectamente qué significaba el espíritu inquieto. No querrías ser tú el que negociara con él por la parte patronal.

Este minero te dejó impresionado el año pasado porque, aunque solo estuvo dos años, te dijo que lo que había aprendido en la vida lo había aprendido en el Seminario y que aquello había formado su personalidad. La primera vez que te pusiste en contacto con él, dijo que sí de mano sin más condiciones. Cuando, pasadas dos semanas volviste a contactar con su casa y cogió el teléfono la mujer, te dijo que estuvo tan ilusionado al principio y tan desilusionado según pasaba el tiempo y no se repetía una segunda llamada que pensó que era una broma. Como querías atas los cabos y asegurar las asistencias, alguna vez que le llamaste parecía como si le molestara porque para él, la palabra era la palabra y lo que dijo la primera vez valía para siempre. Cuando hablasteis el día del primer encuentro, te dijo que esa noche casi no había dormido. Admiras a esta gente tan visceral, tan lejana a tu forma de ser y de sentir.

Tienes un recuerdo para casi todos los compañeros y, como Saramago, no los citas por el nombre, pero recuerdas el que miraba a la frente, como si fueras un cíclope de un único ojo; el de cara blanca y modales suaves que vive en el extranjero; el de tu concejo, que en paz descanse, que tanto en las fotos de diez años como en las de dieciocho ya estaba con la misma postura de brazos cruzados; el dandy que te birlaba con cariño el champú de la habitación y cada semana subía y bajaba las patillas, y así sigue hoy; el que expulsaron por algún asunto de faldas, que viviste con envidia; el portero, titular o reserva, no te acuerdas, que siguió después con éxito en la provincia su carrera deportiva; el fenómeno que jugaba con los cromos y las bolinas de papel plata encima de las camas; el poeta muerto; el que con trece años veías con envidia que ya tenía vello en las piernas y una hermana muy guapa, de la que ya no recuerdas la cara; el buen futbolista y mejor persona que puedes encontrar en unos grandes almacenes; el escritor de verdad que novela historias, algunas ambientadas en el Seminario, de las que nunca habías sospechado; el que te envió una carta diciendo que no podía venir a la reunión porque tenía una esquizofrenia paranoide, que te dejó tan impresionado y no es para menos; el compañero de tu empresa al que una vez le dio una lipotimia en unos ejercicios espirituales; la banda de mayorones, que como nos sacaban tres años, les teníamos un poco de miedo, y sin embargo nunca abusaban; los que te hablaban en clave y todavía hoy, cuando los llamas, tienes que adivinarles el cincuenta por ciento del pensamiento; los que eran unos trastos pero hoy son unos cracks de la hostelería; los que hacían inventos del TBO en las habitaciones y tenían hasta condiciones físicas para volar; los que jugaban con gran estilo futbolero con los brazos pegados al cuerpo y con la palma de la mano paralela al suelo; el number one; el nomber two; el pobre Antidio; unos que tuvieron una pelea en el patio, de cuando no existía la fiscalía de menores; los que ligaban, con gran envidia tuya, en el parque San Francisco; los que se vestían de negro y escuchaban a SLADE; líderes de la UGT en la clandestinidad, activistas humanitarios hoy; los campaneros; los forofos del Sporting, los forofos del Oviedo.

Del casi todos tienes un recuerdo cariñoso, aunque entonces no fuera así.

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