2007/08/21

BODAS DE PLATA Y BODAS DE ORO

En este mes de agosto se cumplieron veinticinco años desde que te casaste tú y cincuenta desde que lo hicieron tus suegros. Buscasteis una fecha intermedia y organizasteis unas bodas de plata y oro conjuntas.
No le habíais dado prácticamente ninguna publicidad y estuvieron únicamente los más íntimos de los contrayentes: hijos, padres, hermanos, padrinos, parejas y poco más. Total once personas porque muchos de ellos eran hijos y padres o hermanos y padrinos o hijos y padrinos.
Tú no eras partidario de una ceremonia así, que visto desde fuera te parecía un montaje, pero al final quedaste muy satisfecho.
Eres de lágrima fácil y no pudiste reprimirte. Nada más entrar viste detrás de la puerta a una buena representación del Coro de las Dominicas, que te ofrecieron el mejor recuerdo de la ceremonia. De momento solo te dio tiempo de ver, escondidos detrás de la puerta izquierda, a Ángel y a Ana Marta, y detrás de la derecha a Ito y a Ramón. Más tarde verías a Arancha, a Víctor, a Francisco, a Juanra, a las Anas, a Covadonga, a Julia, a Gisela, a Lucía, a Carmen la de Paco, a Carmen Carenas y a Moni, la compi. Por aquello de la educación te aguantaste las ganas de girar la cabeza y mirar y no viste al resto del grupo hasta que terminó la ceremonia.
Ni que decir tiene que sonó de maravilla.
Como en esas figuras en las que uno ve una sirena y otro un delfín, a la salida te preguntaron si te habías fijado en lo guapas que eran las flores y tú ni las habías visto, porque con la música ya tenías ocupados todos los sentidos.
Tu hermana y madrina de bodas, pronunció unas palabras; el cura, las suyas; tu hija leyó un soneto de Quevedo y todos coincidieron en las dificultades del matrimonio y eso que de los tres ninguno estaba casado.
El día anterior estuviste en la Feria de Muestras y hablaste por teléfono con tu hermana. Te preguntó si no le habías comprado algo a Pili. Le dijiste que no, que no sabías que fuera costumbre, y te acostaste con una preocupación.
Quiso la suerte que la mañana del sábado a tu mujer se le agotara la pila del reloj, por lo que tuviste que salir a cambiarla, y que, mientras estaban con la operación, te quedaras mirando para unos pendientes de plata, muy propios para unas bodas de ese metal. Saliste con ellos.

Amor constante más allá de la muerte (Quevedo)


Cerrar podrá mis ojos la postrera

Sombra que me llevare el blanco día,

Y podrá desatar esta alma mía

Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera

Dejará la memoria, en donde ardía:

Nadar sabe mi llama el agua fría,

Y perder el respeto a ley severa.


Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,

Venas, que humor a tanto fuego han dado,

Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;

Serán ceniza, mas tendrá sentido;

Polvo serán, mas polvo enamorado.

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