2007/08/28

UMBRAL

Oyes en la radio por la mañana que murió Umbral. Murió de noche y a la peor hora para la prensa escrita.
Comenzaste a leer sus artículos cuando hacías la mili en Valladolid. Alguien dejaba en la cantina del cuartel EL NORTE DE CASTILLA, en donde a veces escribía Umbral y lo leías en los minutos del bocadillo. Allí oíste hablar de él por primera vez mientras tomabas a medias con un amigo que tenías entonces una Coca-Cola de un tercio de litro (no las volviste a ver) que costaba ocho pesetas y comías un pincho de tortilla. Tienes una historia cuartelera de una vez que os negasteis un montón de gente a comer la tortilla y el comandante lo calificó como un intento de sedición, pero ya lo contarás otro día, si te acuerdas, porque hoy toca hablar de Umbral.
Lo leíste a diario mientras publicó en EL PAÍS. Dedicó entonces numerosos párrafos a Isabel Tenaille, de la que, como tú, estaba enamorado solo que tú no se lo dijiste nunca. Te gustaba su boquita de piñón, su pelo rubio perfectamente recortado, sus ojeras y hasta su voz un poco ronca.
Últimamente no leías mucho sus columnas, que publicaba en EL MUNDO desde hace más de quince años. Los artículos de opinión de EL MUNDO no salen en la edición digital, así que solamente los leías cuando pillabas un ejemplar en un bar o en la biblioteca. Eso sí, ibas directo a la última página por si no te daba tiempo de leer más.
Esta mañana, entras en www.elpais.es y no figura ninguna mención a que ahora escribiera en el diario de la competencia. No te extraña porque es lo que hacen siempre. Lo mismo ocurre con los escritores de/en periódicos, que si se fueron de la casa, es como si no existieran. Umbral, pese a esa forma de decir las cosas, te parece que nunca despotricó contra EL PAÍS. Lo dejó y punto.
Por la noche oirás en CUATRO, también del grupo PRISA, que pasaron por el tanatorio numerosos líderes del PP. Pones una nueva cruz a CUATRO, que solo ves de Pascua en Ramos y simplemente cuando quieres confrontar versiones, no para informarte.
Cuando aquel incidente con Mercedes Milá, en el que reclamó destempladamente que había ido a hablar de su libro, se reveló como un maleducado, pero como un maleducado sincero que te abrió los ojos. Desde entonces caíste en la cuenta de que ningún cantante, ningún actor, ningún escritor concede entrevistas si no es para promocionar su último disco, su última película o su último libro.
Sobre esa época en la que pasó a EL MUNDO encuentras un buen comentario en ese periódico, a cargo de Alejandro Gándara. Finalmente por la noche, ves en la edición digital de EL PAÍS un columna de uno de sus mandamases, Juan Cruz, que suele ser un sectario, entre otras cosas por intereses editoriales, pero en este caso no se le escapó ningún dardo contra el desertor de la casa, en forma de peros, aunques o sinembargos.

ALEJANDRO GÁNDARA (EL MUNDO)
POETA CON BUFANDA
ttp://www.elmundo.es/especiales/2007/08/cultura/umbral/poetaconbufanda.html
En 1988 dejó el diario El País, en el comienzo de lo que pienso fue una crisis personal más amplia, y por esas quebradas del destino me encargaron ocupar su espacio y escribir la crónica de Madrid, que él titulaba 'Spleen de Madrid' y que yo llamé 'Sucesos civiles', con menos gracia y talento. Fue un asunto horriblemente agridulce. Me subyugaba la idea de tomar su relevo a la vez que me apenaba su marcha, que por entonces encontré inexplicable. Luego, se ha quedado década y media en la contraportada de El Mundo, como si guardara la puerta de atrás de nuestra historia diaria.

JUAN CRUZ (EL PAÍS)
AGOSTOY SIN UMBRAL PARA SIEMPRE
http://blogs.elpais.com/juan_cruz/2007/08/agosto-y-sin-um.html

Sólo falló cuando su cuerpo lo juzgo imprescindible, como su amigo Eduardo Haro Tecglen; y ahora ya no estará para siempre Francisco Umbral en su cita diaria con los lectores, primero en cualquier parte, luego en EL PAIS, después en Diario 16 y finalmente en El Mundo, cuya última página fue su sede. Ha sido un columnista magnífico, un memorialista sobresaliente y un novelista voluntarioso al que el columnismo, que fue su vocación febril, le restó los personajes que regaló con profusión al periodismo. Inventó un modo de hacer periodismo, directo y sincopado, irónico, desgarrado a veces; su personalidad se fue haciendo también la de sus columnas. Ejerció la memoria como una de las artes y escribió un libro emocionante e inolvidable, Mortal y rosa, en el que el alma desgarrada de este hombre se mostró con la encarnadura veraz que tenía. Aunque escribió muchísimo, esa biografía suya a la que siempre ladeó a veces por pudor y a veces porque la urgencia le llevó a otras cosas estaba sin completar; el tiempo se le fue achicando con enfermedades que fueron gravísimas y de las que él se levantó acaso porque le esperaba la columna diaria. Nunca falló, hasta que llegó el viento helado de agosto, el mes en el que descansaba, y como si hasta esto fuera metáfora de su sentido del cumplimiento ha sido en este tiempo cuando le ha sobrevenido la muerte. Como Haro, o como Vázquez Montalbán, no hubo un solo encargo que no cumpliera. De una raza antigua de periodistas o de colaboradores de prensa, Umbral sabía que lo que vale tu firma es por lo último que has escrito, y él escribía siempre, como si le estuviera esperando una urgencia como la que ahora, indefectiblemente, le ha dejado ya en la memoria y sin escritura. Agosto y sin Umbral para siempre.
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Unos días después incluyes el comentario de Pedro de Silva sobre Umbral:
EL UMBRAL DEL IDIOMA, por Pedro de Silva

Busco en internet por qué Francisco Pérez quiso un día ser Francisco Umbral, y no lo encuentro. Tal vez lo haya contado él mismo, aunque da igual. Cuando uno hace algo así, está optando por construir un personaje, y, por tanto, una vida. No se trata de vivir de la literatura, ni para la literatura, sino en la literatura, tejiéndose uno mismo cada día, escribiéndose. Aún en esto hay diversos modos, que tienen que ver con la complexión de las palabras con que uno se teje. Las palabras y los usos del habla nacen de un murmullo rastrero, como una nube de mosquitos que bracea entre la fetidez del pantano. Pillarlas ahí, en las fuentes mismas del idioma, contaminadas siempre, para hacerse el propio cuerpo literario, es ejercicio de alto riesgo. El umbral del idioma, que es la calle, está siempre agitado, como toda la vida en formación. En los elegidos, la elección del nombre suele ser un destino.

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