2007/12/01

SUCUMBIR

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Es lo que hiciste. Y para no desvelar un secreto ajeno (tampoco demasiado trascendente) tuviste que ocultarlo hasta hoy. Es la impresión que tienes, la de haber sucumbido. Queda alguna duda y vas al diccionario. Sucumbir: ceder, rendirse, someterse. Sucumbir es más. Tiene una sonoridad rotunda, definitiva. Cuando sucumbes la derrota ya es irreversible, no hay vuelta atrás.
Hay un joyero muy famoso en este pequeño mundillo ferroviario de esta geografía que te tocó vivir que, dicen las malas lenguas, nunca pagó un billete. Aseguran otros que al final esas compensaciones le salieron más caras en comidas y cuchipandas. Tú no lo puedes asegurar. Nunca cruzaste una palabra con él, como máximo habréis arqueado las cejas al cruzaros alguna vez si no había más remedio. Es más, admiras a uno de tu pueblo que hace años le recordó que cuando él estuviera de servicio, había que viajar en regla.
Hace unos días estás en tu despacho (no te gusta la palabra, pero es para definir que trabajas en un lugar cerrado) charlando o hablando con un compañero (porque ya no recuerdas si estabas criticando a algún alguien o tratando asuntos serios) cuando viene a ver a este compañero un hijo del joyero que trae la placa para ese colega de la oficina a cuyo homenaje de (pre)jubilación vas a ir el viernes. Le dicen que está contigo y no tiene más remedio que entrar. Y tienes que darle conversación, y te tienes que tragar tu prurito, tus escrúpulos y tu pasado.
En esto dan las dos. Te vas a tomar una sidra con unos familiares. Una vez allí, vas al servicio porque la sidra es muy meona y cuando vuelves te encuentras al joyero padre en animada charla con tus familiares comentando el arrollamiento de la mujer de casa Ezequiel en Villamanín, conocida de todos los presentes. Es obligado intervenir en la conversación.
Doble sucumbimiento en el mismo día. No existe la palabra pero la inventas para la ocasión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero sigo siendo el Rey..................

Anónimo dijo...

Lo dicen las malas y las buenas lenguas. También es cierto que no ocurría con todos. A mi lo que más me fastidiaba era que entrase a la taquilla de Oviedo como Pedro por su casa a realizar llamadas telefónicas, aprovechándose de sus amistades, aún no estando presentes, y que me comprase un billete a Mieres y despúes se lo diese de propina al peón, que lo devolvía y tenía que anularlo.