2008/01/05

REGALOS (por Mario Bango, La Voz de Asturias)

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Una vez más Mario Bango da en el clavo.


Regalos

Los que regalan solo lo justo, frente al consumismo, merecen una buena noche de Reyes.

04/01/2008 MARIO Bango


Puede que no sea así pero da la impresión de que las noches de Reyes han perdido parte de su magia. Ahora los niños -y los mayores- reciben muchos regalos durante el año y por los más diversos motivos, de modo que ya no hay que esperar con tanta ilusión esa jornada de cabalgatas y de sueños alterados. Solo los muy pequeños o los que malviven en la pobreza pueden esperar con cierto interés la llegada de los regalos. Los demás solo lo ven como un detalle familiar o de los amigos que sumar a tantísimas otras cosas que ya poseen. De hecho para una buen parte de los ciudadanos acertar con el regalo adecuado es un problema. Por eso se afina tanto en las propuestas de las firmas: hay que llegar a todos, incluso a los más escépticos y a los que ven el presente innecesario como un derroche.
Cuando España era un país pobre los Reyes bastante tenían con aportar calor o comida; luego, en los años del desarrollismo empezaron a entrar en casa los televisores y los juguetes con pilas. Desde la democracia hasta ahora el festín del consumo no ha dejado de crecer y ampliarse. Tanto como para que la gente más concienciada y más preocupada por el agotamiento de los recursos intente pedir, con poco éxito por cierto, una cierta moderación. También hay quien reclama una vuelta a los orígenes, a los regalos tradicionales, más basados en el cariño y el aprecio que en el dinero, pero lo cierto es que entre los pocos niños que hay -aunque ahora parezca repuntar de manera muy leve la natalidad- y lo que nos sobra los apabullamos a regalos, muchos de ellos tan sofisticados y tan inadecuados para los fines a los que se destina que solo sirven para engrosar los ya abarrotados trasteros.
CADA CIERTO número de años algunos periódicos destacados publican unas fotografías con lo que consume una familia media en los lugares más diferentes del mundo. Ni que decir tiene que los países occidentales acumulan infinidad de cosas que no les sirven de mucho mientras que en los lugares menos desarrollados malviven con un poco de mijo o de arroz al día. Eso lo sabemos todos, pero solo unos pocos que han dado el paso de compartir parte de su vida con los que carecen de todo, generalmente misioneros religiosos y en los últimos años integrantes de organizaciones no gubernamentales comprometidas de verdad con el desarrollo, han adoptado un actitud correcta.
Es cierto que no podemos ser todos misioneros, pero si que podemos actuar de manera más racional. La acumulación por la acumulación carece por completo de sentido: el egoísmo de atesorar cada vez más bienes triunfa entre nosotros sin que haya freno de ningún tipo. El derroche es una de las características de nuestra época. Quien intenta analizarlo e incluso se opone es arrastrado por una mayoría absoluta que vive pendiente de ganar más para gastar más. En esa dinámica envolvente y disparatada hay un cierto consenso que alcanza desde los medios informativos a la mayor parte de los líderes de opinión. Nadie se atreve a llevarle la contraria a la masa que el lunes o el martes se abalanzará sobre los zapatos de rebajas como si estuviéramos todos descalzos. No solo le llevan la contraria sino que los mensajes subliminales son siempre los mismos: hay que obtener más recursos individuales para invertirlos y que crezca nuestra economía, que en gran medida depende del consumo.
Ese es el discurso dominante que triunfa sin apelación posible. Y ese es, en el fondo, el gran reto de la humanidad: como mantener ese acelerado ritmo de vida sin socavar de manera definitiva los escasos recursos del planeta. Es cierto que la humanidad ha sabido evolucionar de acuerdo con sus circunstancias: no hay especie que haya adaptado mejor al medio que nosotros. Y probablemente encontraremos soluciones, y pronto, para que la producción de energía, por ejemplo, no agote tantas fuentes naturales de manera irreversible. Seguro que si no es en esta generación será en la siguiente, pero está claro que ocurrirá. Pero el problema no es tanto de índole económica como moral. Porque desde el punto de vista de la eficiencia habrá soluciones, el petróleo será sustituido y buscaremos nuevas fórmulas de sobrevivir. La dificultad verdadera es nuestra actitud insaciable, nuestra incapacidad para reflexionar, nuestras limitaciones para entender que muchas veces es mucho más útil un beso que una play station. Ahí es donde lo material ha desarbolado casi por completo las ventajas de los sentimientos bien expresados.
Eso y no otra cosa son los Reyes Magos, pero ni siquiera la Iglesia, tan preocupada por intervenir en el día a día del gobierno de los pueblos, ha hecho de la causa contra el despilfarro uno de sus objetivos primordiales. En absoluto, pese a que es uno de los ámbitos de actuación más próximos a su ideario, y a que algunos de sus expertos hayan llamado la atención contra la sociedad de consumo y los abusos que para nuestra integridad moral supone el acaparamiento desmedido que en algunos casos deriva en los que se denomina el síndrome de Diógenes. Tampoco los gobiernos, siempre atentos a las cifras macroeconómicas y a lo que ellos llaman bienestar de los ciudadanos que fundamentalmente es repartir más entre un número cada vez mayor, se atreven a reflexionar en público sobre el asunto. Así que quienes no sucumben a la presión de la publicidad y del entorno son, estos días, unos héroes. Aquellos que regalan solo lo justo merecen una buena noche de Reyes, aunque solo reciban un saludo cariñoso.

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