2008/06/05

LA COMIERON LOS PECES (MUERTES Y CONTRASTES)

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Escarbando en las raíces de los árboles genealógicos te cuentan historias de emigrantes, de aventuras, de travesías, pero hoy toca hablar de muertes, de esas formas de morir que en la infancia te quedaron grabadas. Cuando viajabas en tren, viajes normalmente cortos, de Fierros a La Pola, más raramente a Oviedo, en verano a Gijón, en contadas ocasiones a León, qué mejor entretenimiento que viajar subido de pié en el asiento, con la ventanilla bajada y asomado, pero sentándote cuando venía el interventor, no te fueran a pillar de pié sobre el asiento y se pusieran colorados tus padres.

El gozo no era completo, a ti te gustaría estirar la mano, tocar las columnas grises del tendido eléctrico, y asomarte un poco en los túneles, pero nunca te dejarían explayarte demasiado porque un tío tuyo murió en un túnel y porque otro del pueblo que no llegó a ser emigrante dejó la cabeza y la vida en el túnel del Campanal, por decir adiós a su familia y vecinos, en el Campanal, ese túnel a la salida de Fierros, donde la línea ferroviaria del Puerto de Pajares da un giro de ciento ochenta grados para avanzar en zig-zag ganando altura hasta llegar a lo que para los asturianos siempre será Castilla y ahora para los leoneses León.

En es época nacería también tu miedo a embarcar, no te fueras a morir y tuvieran que arrojarte al mar donde tu mente infantil veía tiburones comiendos brazos con sus grandes dientes afilados, muy distinto a ese tiburón azul de plástico que tuviste de niño.

En el imaginario del pueblo se conserva la memoria de aquella mujer que murió en la travesía y cuando en la aldea salía la conversación de su viaje, indefectiblemente se terminaba con la frase:

- No llegó, la comieron los peces.

El hombre de tierra quiere morir y quedar en tierra, el marinero tiene otros horizontes, los que describe José Hierro, en ese poema que en su propia voz oyes y oyes estos días en tu MP3.

JUNTO AL MAR

Si muero, que me pongan desnudo,
desnudo junto al mar.
Serán las aguas grises mi escudo
y no habrá que luchar.

Si muero que me dejen a solas.
El mar es mi jardín.
No puede, quien amaba las olas,
desear otro fin.

Oiré la melodía del viento,
la misteriosa voz.
Será por fin vencido el momento
que siega como hoz.

Que siega pesadumbres.
Y cuandola noche empiece a arder,
Soñando, sollozando, cantando,
yo volveré a nacer.

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