2008/12/15

LA VENDEDORA DEL FONTÁN

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Diste una vuelta con tu mujer por El Fontán y un cliente intentaba regatear el precio de unas berzas a una vendedora y ella dijo que no bajaba ni un céntimo, que había salido de casa a las ocho de la mañana y que algo tenía que ganar con las berzas.

Tenía razón.

Sientes un cariño especial por El Fontán, un espacio de cuyo esplendor tienes un vago recuerdo, más por fotos que por vivencias personales. En algún puesto de El Fontán te compraba tu madre, cuando venía a verte al Seminario, un bocadillo de bonito con pimientos en media barra de pan ¡y así estabas! Quería verte gordín para compensar la fame que pasó ella. Además, de casa llevaba aquellos “tubinos”, tubos de pasta rellenos de crema pastelera, tan cotizados por tus compañeros. Tienes que decirle que te haga unos pocos, aunque engorden.

Los compradores nos volvimos escrupulosos y acabamos prefiriendo las berzas envueltas en el film, ese plástico transparente, pero que no estuvieran manchadas por la piel cuarteada de un labradora, que todavía llevaba pegado el barro en los chanclos o en las madreñas. Llegaron reglamentos fitosanitarios y acabaron mandando al destierro a las vendedoras del Fontán. Años más tarde volvieron, pero la plaza ya había sido ocupada por gitanos (nada contra ellos) y senegaleses (nada contra ellos), que todos tienen derecho a buscarse dignamente la vida, y tampoco hay por qué petrificar las costumbres y las instituciones.

Hay quien prefiere El Fontán “petao” de gente. Tú lo prefieres con cuatro gatos y si llueve, mejor porque te aseguras un sitio debajo de los soportales mientras das cuenta de la botella de sidra y del pincho de picadillo. Cuando marchan todos, en un día de perros, soportando el agua, allí queda la última vendedora y una vez más te vienen a la mente los versos de José Hierro en la canción de Mocedades “En la plaza vacía nada vendía el vendedor y aunque nadie compraba no se apagaba nunca su voz”.

Mientras contemplas la escena recibes un SMS de tu hija con el árbol de navidad que puso en su casa y que si pasas a verlo antes de ir a comer. Vas, por supuesto.

Claro, esto es una bagatela para Javier Marías.

(Bagatela, palabra que aprendiste en una traducción del poeta latino Catulo en el antiguo sexto de bachiller, que llamaba así a sus poesías, nugae, bagatelas, naderías, fruslerías, y vete cerrando el artículo, que te estaba quedando bastante bien, y empiezas a desbarrar. Esto tampoco le pasa a Javier Marías y si le pasa, tiene más mérito, resentido, que va a ser verdad que los blogeros sois unos resentidos).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

También hay "Bagatelas" en el Fontán.
Una tienda de ropa femenina haciendo esquina con la plaza del Ayuntamiento
El Fontán.... parece igual pero es sólo una copia
A pesar de todo y aún así ¡disfrútalo compañero!

Salud

Anónimo dijo...

¿Por qué tendría más mérito Javier Marías...? Dudo yo si sabría hacer un cierre así!

Anónimo dijo...

el cierre, genial... el fontán, también... y tú, qué decir