2010/07/22

BOCADILLO MILITAR DE TORTILLA

Lees un viejo artículo de Andrés Trapiello "Lenguas de colibrí": No sé por que razón, se acordó uno entonces del director de nuestro colegio, un tipo ridículo que era nazi porque todavía no había tenido lugar la revolución cultural, que le hubiese hecho maoísta. Cuando llegó a sus oídos que se estaba organizando un motín para protestar por la bazofia dickensiana que recibía el nombre de comida tres veces al día, montó en cólera y, después de referirse con desdén a todos aquellos internos pobres que procedían de las brañas o de las minas o del páramo, donde según él seguramente comerían peor, añadió con aire de triunfo, desdén y sarcasmo: "Entonces, ¿vosotros qué pensábais que os íbamos a dar de comer aquí, lenguas de colibrí?"

No te pasó nada similar con el director del colegio, pero sí con el Teniente Coronel que en el curso 1975-76 regía el Cuartel de Ferrocarriles de Valladolid en el que (mal)viviste aquel curso académico-militar de pésimo recuerdo, contradiciendo la idea que de la mili cuenta el común de los mortales. Fueron muchos episodios, pero el artículo de Trapiello te recuerda uno.
En el cuartel había dos grupos bien delimitados: los que estaban haciendo la mili normal de quince meses o los que entonces fueran y trabajaban en la oficina, en la cocina, en el jardín o en oficios varios; y los que estábamos haciendo el curso teórico-práctico de formación profesional ferroviaria para factor que, por si no tuviéramos bastante con estudiar, nos chupábamos las guardias y prácticamente no veíamos un permiso.

No recuerdas con detalle lo ocurrido pero a las diez de la mañana se abría el bar para comer el bocadillo. Pues bien, un buen día, avanzado ya el curso, el Teniente Coronel de ingrato recuerdo decidió que los de la mili normal pagaran el pincho de tortilla a cinco pesetas y vosotros a ocho, el mismo pincho. La mitad de los pinchos allí quedaron y por poco se os acusa de sedición. No recuerdas en qué quedó aquello, pero obraríais en consecuencia sabiendo que teníais las de perder.

En otra ocasión, cuando llegaba el vagón de carbón para la calefacción, había que reservar diez sacos para el Teniente Coronel, cinco para el Capitán, dos para el Teniente.

Seguramente el alto mando militar dejó a salvo el supremo valor de la disciplina a costa del de la justicia, que tendrías como norte durante muchos años de tu vida.

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