2010/08/09

LA HOJA DEL GINKGO BILOBA, de Miguel Rojo.

Te pregunta tu mujer que cuántas veces leíste ese libro que andas atrás y alante con él. Oyendo esto de atrás y alante, tu hija, que interviene para la ocasión, pregunta que si es “Rayuela”. No anda descaminada. Le enseñas unas notas que necesitaste escribir como guía de la segunda lectura para no perderte. En algún punto anotaste la palabra “Rayuela”.

Rayuela es esa obra maestra de Julio Cortázar que se puede leer de dos formas: al modo convencional, comenzando por el principio, o bien por otro orden que Cortázar propone. Bastante esfuerzo te costó leerla al modo ordinario, como para una segunda lectura en la forma sugerida por el autor.

La obra de Miguel Rojo te parece, sobre todo, enigmática, un misterio que nace de la misma portada: esa hoja en la que ves dos caras.

Te resultó una obra difícil y quieres distinguir en ella varios niveles.

En principio, ves un homenaje a su rama paterna, él que, sobre todo, a lo largo de su dilatada trayectoria literaria recreó los paisajes y las gentes asturianas. A veces es necesario rendir estos tributos para mantener los difíciles equilibrios intrafamiliares, que llegan hasta la literatura. De hecho, en el capítulo 4, como esas apariciones esporádicas de Hitchcock en sus cintas, asoma Eliseo, un claro homenaje a su padre.

Quieres ver otro tinte autobiográfico, con intenciones que se te escapan. Por una parte tenemos un Miguel, su nombre literario, que aparece en el capítulo 8. Es un personaje secundario, cuya secundariedad se acentúa porque simplemente es el marido de la limpiadora, que ni siquiera tiene nombre.

Por contraposición aparece un Miguel Ángel, nombre de su infancia, que muere en el capítulo 5, después de unas andanzas por el río con el nieto del Carnicerito, mote nacido la guerra o de la posguerra civil. ¿Otra alegoría? ¿Muere el nombre y nace un hombre nuevo?

Volviendo al Miguel, sí es testigo su mujer de un hecho trascendente: un taxi atropella a una mujer. Por esas casualidades de la vida que defiende “La hoja del g. b.”, gracias a ese suceso el taxista altera el lugar de sus vacaciones, que pasarán a ser cerca de Sahagún, en vez de en Sitges. En una aldea leonesa, ya en el último capítulo, Adán, su hijo, conoce a Lucía, otra veraneante, de la que no tenemos noticias desde el capítulo primero.

Enigmático te resulta un aspecto de la técnica narrativa, unos capítulos en tercera persona y otros en primera pero contados por distintos personajes: el primer capítulo está a cargo de Lucía, la adolescente veraneante; el tercero lo narra Rolando Petit, investigador de una compañía de Seguros, peregrino a su manera del Camino de Santiago, que discurre por esos terrenos del veraneo leonés. El capítulo sexto lo cuenta en primera persona el hijo de una mujer muerta y que acude desde el País Vasco al entierro de su madre. A la fuerza encuentras un paralelismo con El Extranjero, de Camus. El capítulo octavo en parte está en tercera persona y en parte en primera, a cargo de la limpiadora del puticlub, la mujer de Miguel.

Por lo demás, encuentras en el libro, muchas historias humanas: un solamente apuntado roce entre el tío y la sobrina adolescente; las discusiones entre nuera y matrona; el pique con los hermanos del pueblo. Unas historias las ves relacionadas entre sí, otras son como hechos independientes: los escarceos juveniles, los amores caninos, el paso de los antifranquistas por la frontera y su accidente, la casa de putas, la muerte de una anciana por el olvido de unas pastillas, el atropello de la mujer.

El libro tiene casi de todo, por haber aparece hasta un Simón.

Seguramente el autor podrá brindar alguna explicación adicional…o totalmente diferente a lo que creíste descubrir después de varias lecturas parciales. Quizá en una lectura posterior puedas dar con las claves de la trama temporal y otras frases enigmáticas: “Pero si es Montse la que está agachada a su lado. Le acaricia el pelo y me llama y dice ven, ven a verte…”

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