2011/12/04

LACRIMOSA

Asistes en el Auditorio a la ejecución de la Misa de Réquiem en Re menor de Mozart. No te da tiempo a leer las cincuenta páginas del programa, te conformas con ir leyendo el texto latino de la representación y su traducción al castellano.

El director realiza excepcionalmente una introducción para dedicar la ejecución a un antiguo integrante de la orquesta, que murió recientemente. También aprovecha para decir que ésta fue la última obra de Mozart, que dejó inacabada justamente en unos versos que comienzan por Lacrimosa, continuando el Réquiem uno de sus discípulos. Señala que ahí guardarán un breve silencio.

Pues bien, justamente a partir de Lacrimosa, te parece que la obra gana en movimiento y en alegría, como si al alumno la pareciera demasiado fúnebre la Misa de Réquiem del maestro.

Te pasa como en alguna ocasión cuando quieres ver dos partidos interesantes en un bar con dos televisiones, que al final no te enteras de ninguno. Así ocurre si quieres estar atento a la letra del programa de mano y a la música del escenario, que te pierdes la sustancia, que es la música.

Una entendida que os acompañó al concierto te indica a la salida, que Lacrimosa sí fue lo último que compuso Mozart pero que no escribió el Réquiem de un tirón, sino que fue intercalando pasajes, con lo que esa parte triste que tú achacabas al discípulo, también es de Mozart.

Por muchos conciertos a los que asistas, como te falta la base, nunca llegarás a entender nada, y si vas con ánimo escudriñador, entonces ni disfrutas.

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