2011/12/12

MACBETH

La última vez que habías acudido al teatro fue una experiencia desastrosa y así lo dejaste anotado, sensación de desastre que se acrecienta con el paso del tiempo. Este domingo volviste, en este caso para ver Macbeth de Shakespeare, una idea de tu hija, aunque al final no sabes quien invitó a quién. Cuestión menor porque lo importante es la intención, sinónimo de idea para el caso.

Cuando días atrás leíste en la prensa que se trataba de una adaptación, que todo lo representaban cuatro actores, que hasta se encargaban de la percusión y de los efectos especiales, era para echarse a temblar. ¿Otro experimento fallido? Pues no.

Sin haber leído la obra entera, conformándote con una rápida pasada por la Wikipedia para no perderse, afrontas el trabajo de interpretador de butaca de los intérpretes del escenario.

Muy logrado el acompañamiento musical a cargo de uno de los actores, que con el bombo, la batería y otros instrumentos de percusión, consigue reproducir el sonido de las batallas, de la angustia, del viento, del picaporte, del miedo.

Sugerente la ambientación de exteriores e interiores, simplemente con que Macbeth, dueño de la escena y esclavo del destino, cargue con una puerta y la coloque en diferentes posiciones.

Imaginativa la coronación de reyes y reinas, basta con embutirse un collar o enfundarse los guantes, que se tornan rojos de sangre después de cometer el crimen.

En su justo punto los actores, logrados los monólogos, con el dramatismo preciso y sin histrionismos.
Y retumbando en los oídos “el mal es el bien, el bien es el mal, el mal es el bien, el bien es el mal".

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