2012/11/27

DIÁLOGO EN LA ZAPATERÍA DE BELARMINO

(Dedicado a un payariegu)

Estabas leyendo, con gran deleite, las aventuras de Belarmino y Apolonio, contrapuestos y prototípicos zapateros de Pilares-Oviedo, antes de ir a la jornada de tarde, y como no te daba tiempo a terminar un capítulo, marchas un poco antes de lo normal. A lo mejor encuentras a alguien para tomar un café. Así fue. Una oportunidad de intercambiar opiniones o chascarrillos y de aprender algo.

El interlocutor de ese rato te compadece cuando se entera de que andas con la postventa y la atención al cliente. Para ti, siguiendo cursilerías al uso, es una oportunidad, generalmente relajante, de conocer gente. Otras veces, las menos, toca tragar saliva y callar, callar del todo porque nada amaina a quien solamente quiere monologar.

En ese intercambio de pareceres, un afamado tendero cuenta la última: la de una señora con un abrigo de astracán de hace ocho años que empieza a perder pelo. ¿Quería uno nuevo? ¿Una ampliación de garantía a ocho años? Para desconcierto de la escogida señora, el comerciante aclara que en lo tocante a su calva, no es que empiece a perder pelo sino que ya no le queda ninguno ¿y a quien reclama?

Justamente acababas de leer esto en Belarmino y Apolonio.  

—Esas botas no me sirven. Estoy decidido a encargarme el calzado fuera de Pilares.
—Qué le vamos a hacer? Pero este par de botas—murmuró Belarmino, dando vueltas a una de ellas, y
descubriendo consternado los desgastes y quebrantos que la bota había padecido por el uso, evidentemente prolijo. Añadió con timidez: —Están muy usadas.
—Por favorecerte, las he puesto un par de veces.
—Algo más—se atrevió a corregir Belarmino.
—Quizás media docena de veces. Cuando las recibí y las probé, vi que no me estaban bien. Pero pensé: «¡Si se las devuelvo al pobre Belarmino, creerá que es manía.» Y me las puse, para ensayar si se adaptaban al pie. Imposible. Pues no conforme con esto, y porque me disgustaba devolvértelas, ensayé otros días, no más de seis veces, hasta que, a pesar mío, me convencí que no me sirven. Y todavía no me agradeces el favor. Temo que has perdido los papeles; pero, con todo, y antes de encargar el calzado fuera, me resigno a que me hagas otro par, a ver siesta vez aciertas.

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