2013/08/03

DE MADRID A OVIEDO, por Rafael M. de Labra

Rafael de Labra fue un político asturiano de finales del siglo XIX y principios del XX, con calle en la capital, que fue elegido diputado a Cortes por Infiesto sin pertenecer a ningún partido político.

Una de sus obras más conocidas es un libro de viajes De Madrid a Oviedo, que terminó de redactar en la primavera de 1881. Narra un viaje en tren, excepto en el tramo comprendido entre Busdongo y Pola de Lena, que realiza en diligencia porque todavía no se había terminado de construir.

Para la última edición de LibroOviedo reeditaron una edición facsimilar y en la exposición celebrada en Trascorrales te hiciste con un ejemplar aprovechando el descuento de la ocasión. Acabas de terminar su lectura debajo de la sombrilla entre chapuzón y chapuzón de agua, salitre y ocasionalmente alguna alga.

Algo nos recuerda a la variante de Pajares: “La red de ferrocarriles que se tendió en España desde 1845 a 1860 dejó fuera a las provincias del Noroeste, y bien que hacia 1863 se subastara la línea de Palencia a Gijón y a La Coruña, de tal suerte que hace ya seis años debiera estar completamente concluida, la desgracia y los abusos se han cebado en esa vía al punto de ser su historia una de las más edificantes en el mundo de los embrollos financieros y las condescendencias administrativa”.

Se lamenta el autor de que esos retrasos privaron a Asturias de oportunidades de turismo en detrimento de las provincias vascas y de Cantabria, provincia esta que se aprovechó indirectamente de la inestabilidad social y política del País Vasco como consecuencia de la guerra carlista.

Tampoco nos resulta extraña la historia del siempre polémico puerto de Gijón: “Sin ferrocarril y sin puerto, no hay que hablar: y si el primero parece que ha de quedar completamente terminado hacia 1885, puede creerse que la terminación del segundo (dado que se eche tierra a las polémicas que ahora mantienen los gijoneses sobre su emplazamiento y supuesto que todos convengan en insistir en el Musel y en aprovechar lo poco hecho) es, a no dudarlo, cosa lo menos de ocho a diez años."
 
A lo largo del viaje va destacando la importancia económica y social del nuevo trazado ferroviario. Hoy se diría que “pone en valor” las poblaciones próximas al ferrocarril. Sin reserva mental alguna no se recata en dibujar un trazado sombrío y triste de Palencia, quizá incrementado por lo que estima injustificada parada del tren en su estación para segregar las ramas de Cantabria y las de Asturias y Galicia.

Cara y cruz para el espíritu castellano (o castellano-leonés): “¿qué sería de España, la tierra de la grandilocuencia y los pronunciamientos, si en el corazón de este mundo no viviese y fructificase ese grano de sentido común, de prudencia, de reflexión, de calma que se llama espíritu castellano? Sin duda, la cosa tiene su reverso. Con Castilla solo… ¡Vamos! Qué modo de bostezar.”

¿Se anticipó a su tiempo o era un retrógrado?: “Es necesario prescindir de la excesiva detención en Palencia, suprimir algunas de las estaciones de Palencia a León, y sobre todo tener lista y bien servida la vía. De esta suerte el tren se deslizaría como sobre raíles untados de sebo”.

Un aguijón a las exiguas porciones de la fonda de la estación leonesa, pero no extrae de ahí ninguna otra malicia. Sin embargo, dedica encendidas loas a la ciudad en sí.

Al pasar por Busdongo omite la historia que te contó un ilustrado nativo de San Andrés de Parana, hurgador de pergaminos por los archivos de todas las Españas. Parece que en un principio la explanación de vías asentada hoy en Busdongo estaba previsto hacerla en Villamanín, con mejor clima y sin necesidad de forzar un nuevo trazado del río. O quizá tuvo lugar posteriormente en la época de la electrificación. El caso es que llegado al lugar quien tenía el poder decisorio, fue obsequiado con “una xarra vino, una costiella y un platu cecina”. El Maragatu le dijo a aquella autoridad: facéilo aquí. El importante señor quedó fartucu y allí se hizo.

Según se aproxima a Pajares, profundiza en los problemas políticos y financieros de la adjudicación y el trazado: “No bien se constituye la nueva Compañía principian las dificultades, que se resuelven siempre, sin una sola excepción, a favor de aquella y daño general del país (porque paga el Tesoro Nacional) y particular de la provincia de Asturias, víctima de incesantes prórrogas y consideraciones con que se obsequia a la empresa del Noroeste”. Y detalle pormenorizadamente los costes de cada tramo, las obligaciones emitidas, los pagos condonados, etc.

Al paso por Arbas, repasa la historia de la colegiata. No deja en buen lugar al pueblo de Pajares: “el aspecto general pobre, triste y sucio, de aquella suciedad frecuente en las aldeas de Asturias, envueltas en las constantes neblinas del invierno y de la primavera”. Aprovecha para contar historias o anécdotas como la del rey Sancho de Navarra que, de viaje por Asturias, su séquito mató un hombre en Pajares pero fue vengado en Campomanes, dando lugar al refrán “Si la hiciste en Pajares, pagástela en Campomanes”.

Unas líneas asépticas a Puente de los Fierros, menos mal: “Después de Pajares está Puente de los Fierros, donde el año próximo de 1881 se instalará la estación de ferrocarril, cabeza de la línea asturiana, mientras no se perforen los montes del Puerto.

Entonces, como a veces ahora, los trenes que partían de Pola de Lena hacia Oviedo no esperaban por las diligencias que llegaban de Busdongo, con alegría de los posaderos de la capital del concejo, que ofrecían gustosamente parada y fonda.

Unos detalles curiosos que desconocías: “Próximo a Oviedo se encontraba la estación de “La Segada, comúnmente llamada El Barco de Soto, a 25 kilómetros de Lena y solos 6 de la capital de la provincia”. “El día de Santiago todo Oviedo desciende a la estación de La Segada para celebrar la romería más famosa de todo el concejo” en el paraje llamado El Campo del Infierno.

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