2013/10/02

LAS MOCEDADES DE ULISES, de Álvaro Cunqueiro

No callaba Juan Cueto (¿qué fue de él?) con Álvaro Cunqueiro, pero nunca habías leído nada suyo hasta ahora que coges en la estantería “Las mocedades de Ulises”. Es casi inevitable leer el prólogo cuando el libro lo incluye, en particular si el introductor resulta ser un escritor tan reconocido como Suso del Toro, que se queja de que no se leyó bien a Cunqueiro por culpa del prejuicio galleguista o antigalleguista. La editorial, sin embargo, seleccionó como prologuista a un gallego. Es como si a una mujer la prologara otra mujer y se quejara de que solamente leen las mujeres a las mujeres.

No obstante, ser gallego sí es un hecho diferencial. Hace unas semanas entrevistaba La Nueva España a Enrique López, un antiguo profesor tuyo de Sagradas Escrituras, y relataba el latigazo que le supuso que, de alumno en el Seminario, lo llamaran gallego como insulto. Dejémoslo en distintivo caracteriológico, pero lo cierto es que no es peyorativo llamar a alguien manchego, andaluz, extremeño, valenciano, catalán, mañico, asturiano, castellano, pero algo hay con los cazurros y con los gallegos, y un poco con los murcianos gracias o por culpa de Cervantes.

Lo anterior era un demasiado largo paréntesis y surgió a cuenta del prólogo.

Este moderno Ulises es un protagonista que cabalga entre la mitología y el costumbrismo, entre la realidad y el sueño (¿qué es lo que es mentira? quizá lo que no se sueña), entre Amadís de Gaula y Ricardo Corazón de León, entre el Mediterráneo Oriental y Finisterre, entre el actor y el personaje real. Cuando recuerda la Ítaca del mar Egeo, el adjetivo se antepone al sustantivo, como en los poemas homéricos. Al emular los libros de caballerías medievales los párrafos toman la forma de plomizos mazacotes. Si recuerda a Menelao o a Romeo se viste con su respectiva solemnidad y lenguaje.

El largo viaje de Ulises, un viaje de ida y vuelta, viene anticipado por el brindis de Jasón, siervo de Laertes, al enterarse del nacimiento de Ulises.

- A la salud del hijo, Laertes, larga vida y sepultura en la tierra natal.

Llegado a la orilla, y alcanzado el objetivo, Penélope, la tan amada, era amarga y queda la duda de si mereció la pena llegar o si, como en el poema de Kavafis, lo esencial era el camino, un viaje interior hacia el conocimiento.

- Amigos, ha llegado el gran desconocido. Mi hijo ¿de quien amigo, de quien enemigo? Los primeros años es él quien va reconociéndonos poco a poco; más tarde, el resto de nuestra vida, lo pasaremos nosotros intentando reconocerlo a él.

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