2015/10/06

EL VIAJE DEL ELEFANTE, de José Saramago

Por fin, volviste a la literatura por la puerta grande. Cuenta Saramago en el epílogo cómo surgió la obra. Fue invitado a una charla a la Universidad de Salzburgo y le organizaron una cena en un restaurante llamado El Elefante, donde había varias figuritas, entre otras la torre de Belén de Lisboa y otras representaciones de monumentos europeos. De esas imágenes Saramago intuyó el viaje de un elefante entre Lisboa y Viena, del que hay alguna noticia histórica. No hizo más que armar un argumento poniendo su humor, su imaginación, su ingenio, su prosa.

Una cosa que cuesta trabajo entender es que el archiduque Maximiliano haya decidido hacer le viaje de regreso en esta época del año, pero la historia así lo dejó registrado como hecho incontrovertido y confirmado, avalado por los historiadores y confirmado por el novelista, a quien se le tendrán que perdonar ciertas libertades en nombre no sólo de su derecho a inventar, sino también de la necesidad de rellenar los vacíos para que no se llegue a perder del todo la sagrada coherencia del relato. En el fondo, hay que reconocer que la historia no es selectiva, también es discriminatoria, toma de la vida lo que le interesa como material socialmente aceptado como histórico y desprecia el resto, precisamente donde tal vez se podría encontrar la verdadera explicación de los hecho”.

Saramago es un maestro a la hora de sortear los anacronismos.

De no ser por el temor que tenemos de cometer un gravísimo anacronismo, nos apetecería imaginar que el archiduque recorrería la distancia hasta su coche bajo un baldaquín de cincuenta espadas desenvainadas, sin embargo, es más que probable que ese tipo de homenaje haya sido idea de alguno de los frívolos siglos posteriores.

Pide anticipadas disculpas por si el lector se muestra demasiado escrupuloso con fondos y éticas, que nunca faltan en el novelista portugués.

No es que fuera nuestra intención, pero ya sabemos que, en estas cosas de la escritura, no es infrecuente que una palabra tire de la otra sólo por lo bien que suenan juntas, sacrificando así muchas veces el respeto por la liviandad, la ética por la estética, si cabe en un discurso como éste tan solmenes conceptos, y para colmo, sin provecho de nadie, por esas cosas y por otras es por lo que, casi sin darnos cuenta, vamos haciendo tantos enemigos en la vida
No sabía que entre los subordinados había dos amantes de las palomas. Dos colombófilos. Palabra tal vez no existente en la época, salvo por ventura entre los iniciados, pero ya debían de estar llamando a la puerta, con ese aire falsamente distraído que tienen las palabras nuevas, pidiendo que las dejen entrar.


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