2015/11/30

EL OTOÑO DEL PATRIARCA, de García Márquez

Una obra maestra que se precie necesita unas primeras líneas de altura.

“Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza”.

Con sus metáforas, el pasmoso contraste entre dos realidades físicas tan heterogéneas como la tangible ala y el inasible tiempo, las sorprendentes combinaciones de sustantivos y adjetivos en párrafos cortos, las primeras líneas de la novela prometían una lectura placentera. No fue así. Con el avance de las páginas, te fue envolviendo una atmósfera angustiosa y de duda. Cuando llevabas leída una tercera parte, tuviste que echar mano con temor de Internet por si te estabas perdiendo algo importante. No, menos mal, porque según la página de referencia “logra entrelazar distintos puntos de vista narrativos; una especie de monólogo múltiple en el que intervienen varias voces sin identificarse”.

Agobiaba enfrentarse a varias páginas sin un triste punto y seguido donde poder suspender la lectura hasta otro día, con el temor añadido de no lograr captar el sentido de la historia.

Por lo demás, el patriarca en su otoño va dejando su rastro de sangre, de tiranía, de delirio, incluso de infantilismo.


 “Aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el trascurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad”. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuántas similitudes con una cochina realidad. Aunque para disfrutar angustiándose basta con poner las noticias, basta con percibir la realidad sin metáforas.