2016/09/16

DÓNDE Y CUÁNDO PUBLICAR INCORRECCIONES POLÍTICAS

Queda a juicio del lector de este blog leer primero este comentario inicial o dejarlo para el final acometiendo primero la lectura de dos largos textos que se reproducen al final. Los autores son firmas habituales en la prensa regional asturiana, Francisco Sosa Wagner y Xuan Xosé Sánchez Vicente, que además suelen colgar esa colaboración en blogs propios o de amigos.

Ambos autores militaron en su día en el Partido Socialista y después en otros situados algo más a la derecha por simplificar, lo que puede tener relación con el contenido apolítico de estos concretos artículos periodísticos. O no. 

En estos tiempos de ultracorrección política y de autocensura mental te entra la duda de si ambas colaboraciones y ambos colaboradores desposeen a la mujer (joven sobre todo) de cualquier valor fuera del atractivo físico-visual.

La segunda duda es si idéntico texto obtiene un parcial perdón femenino/feminista en el caso de ser publicado no en un periódico de tirada considerable sino en un blog de circulación mínima; o un perdón total si se incluye únicamente en unas memorias post-mortem. Quizá en este caso no merezca el mínimo comentario crítico.

Comentado uno de los artículos, hay quien(a) lo tildó directamente de baboso. 

(Vuelves al sesgo político antes apuntado: se tiende a pensar que estos comentarios no caben entre los progresistas. Cierras paréntesis).

Hacía falta que alguna mujer se lanzara a publicar alegrías similares. Seguramente leerías las primeras líneas y pasarías a otra cosa, pero al menos tendrías la conciencia tranquila del empate de géneros y así podrías solidarizarte/solazarte con estos articulistas al borde de la hoguera. 


***
15 de septiembre
 Francisco Sosa Wagner
Aleluya del pantalón corto

Se va muriendo el verano y con él los aromas de las flores y el despertar risueño poblado de trinos y cantos de las aves, etcétera... A los poetas les ha dado mucha gloria el paso de las estaciones y esta que transita del verano al otoño cuenta con el homenaje de toda la métrica. No creo que haya un solo poeta que no le haya dedicado valiosos testimonios de su estro, sobre todo sonetos, siempre bien labrados con rima de suspiros.

Mi pluma, ay, es más de prosa áspera y dada a la observación de asuntos banales, de menores vuelos. A mí lo que en esta hora de la despedida del verano me llena de dolor, de tristeza y de una nostalgia infinita es el luctuoso acontecimiento que va a ocurrir en breve: la desaparición de plazas, jardines y calles de esos pantalones cortos que han lucido las jovencitas en estos meses de calor y de olor a claveles, rosas y hortensias.

¿Se ha concebido alguna vez en la historia una prenda más logradamente estética, galante, erótica, juvenil y animosa?, ¿una prenda más evocadora?, ¿más suavemente lujuriosa? Es, además, escueta como un piropo y desafiante como un día dorado.

Dejan al desnudo las piernas justo en el momento en que éstas se convierten en fragmentos de asombro y admiración. Es probable que a un paseante poco atento le parezcan todas iguales. Y sin embargo, ay, el caminante minucioso, el que sabe valorar las nimiedades como el orfebre aprecia la calidad del oro o de la plata, ese –amigo lector– advertirá que todas, siendo parecidas, son distintas entre sí, dotadas de mil destellos, de mil curvaturas, de mil tonalidades, de mil matices en la conformación de la carne dorada por el sol y embellecida por las cremas suaves. Semejan olas de un mar bravío, todas diferentes en sus espumas y sus sonidos.

Se convendrá conmigo que lo poco que de armonía hay en el mundo está en esas piernas desnudas que traen aromas de mar y sales, que evocan húmedas sombras y crepúsculos sagrados y que ahora, cuando están desapareciendo del paisaje, son como el anuncio callado del declinar sin piedad del verano.

¿Hay vivencia estética más apreciable que esa pierna grácil que baja hacia el tobillo con naturalidad y que, si la escuchamos, cuenta historias de mil colores, de cristales descompuestos en múltiples paraísos remotos? Cuando avanzan por las aceras, el  ntrechocar de tacones destapa un reguero de miradas que difunden un rimero de
misterios desperdigados, a veces –las menos– obscenos.

Son tersas y pulidas, son blancas, morenas o negras, y van en permanente proclama de una lisura que llena los espacios de suspiros admirativos, musicales y luminosamente carnales.

Dejan, en fin, en el suelo huellas como besos y emociones que acaban formando atrevidos itinerarios en los que la imaginación se complace y enriquece.

Y pensar que en breve toda esa hermosura se apagará como una música que nos abandona y quedará envuelta en unos leotardos o, peor ¡en unos leggins! ¡qué horror!, ¡qué derrota!

***

8 de septiembre
Xuan Xosé Sánchez Vicente
EXPERIENCIA Y LITERATURA

Llegado a cierta edad, no es extraño que el individuo vea su entorno como un lujuriante (“lujurioso” es, ¡ay!, cosa, distinta) panorama de muchachas en flor, todas bellas y rozagantes. Y cuando repara en ello con atención cae en la cuenta de que no son tanto los atractivos sensuales y sexuales (su pelo, sus caderas, sus pechos acaso, su cintura…) de cada una de ellas lo que cautiva y encadena su mirada, sino algo más genérico: su alígero caminar, la tersura de su piel, la elasticidad de su cuerpo, el brillo de su mirada, la decisión de su paso y, en el conjunto de su figura y de su estar, una impresión de decisión y confianza en el futuro en los que no existe ni duda ni mácula. Y advierte entonces que esa admiración y la causa de la misma ya han sido expresadas por Jorge Manrique:

“Decidme: la hermosura,
la gentil frescura y tez
De la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
 Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud”.

Es aquello que fundamentalmente él ya no tiene, aquello que él y las mujeres coetáneas suyas perdieron (la gentil frescura y tez de la cara, las mañas y ligereza), lo que añora, lo que aseñarda en los objetos de su contemplación, más que los sujetos mismos. Y, por otro lado, no puede por menos de dejar de pensar, con una inevitable pesadumbre, en cómo será la vejez plena que si ese ya no ser del ahora se produce con sólo alcanzar “el arrabal de senectud”.

Del mismo modo, nuestro individuo descubre que su mundo ya no es este mundo, o, dicho con mayor precisión, que una parte de su mundo ha desaparecido y ya no pervive más que en su mente, y acaso en el recuerdo de sus coetáneos o en la literatura; pero siempre de forma vaporosa, escasamente aprehensible, como aquella sombra incorpórea de su padre que Eneas quiere abrazar tras su viaje a los infiernos y que se le escapa entre los brazos (“Diciendo esto, las lágrimas le iban regando el rostro en larga vena. Tres veces porfió en rodearle el cuello con sus brazos y tres veces la sombra asida en vano se le fue de las manos lo mismo que aura leve, en todo parecida a un sueño alado”). Y si eso es su memoria, ¿qué ha de ser la de las generaciones más recientes? Y es que la memoria histórica vívida apenas alcanza más allá de un lustro (¿quién puede señalar los miembros del anterior gobierno, por ejemplo, o los ganadores de los pasados Juegos Olímpicos o recordar con precisión lo que hizo hace un mes?), y que cada nueva generación comienza su historia en torno a los 14 o 15 años y constituye lo fundamental de su mundo emocional hasta los veinte y pocos años; por eso para ellos la historia es plana, y nada les importa emparejar a Carlos I con el XVIII, a Velázquez con el XIX o las Cruzadas con el siglo V. Es más, para ellos Felipe González, si existe, es tan antiguo como Prim y no se imaginan un pasado sin televisión o un ordenador sin internet.

¿Y quién se ha de extrañar de ello? ¿No se preguntaba lo mismo Manrique cuando indagaba por la presencia de las modas que poco tiempo antes habían consistido en el no va más de la modernidad

(“¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invinción
 como truxeron?”
 “¿Qué  se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
que traían?”)?

Pero quizás sea Fernando de Rojas quien expresa con mayor brutalidad, esto es, con  mayor claridad, la volatilidad de los sucesos, la desaparición de su memoria:

“Pues los casos de admiración y venidos con gran deseo, tan presto como pasados,  olvidados. Cada día vemos novedades y las oímos y las pasamos y dejamos atrás. Diminúyelas el tiempo, hácelas contingibles. ¿Qué tanto te maravillarías si dijesen:
la tierra tembló o otra semejante cosa, que no olvidases luego? Así como: helado está el río, el ciego ve ya, muerto es tu padre, un rayo cayó, ganada es Granada, el Rey entra hoy, el turco es vencido, eclipse hay mañana, la puente es llevada, aquél es ya obispo, a Pedro robaron, Inés se ahorcó. ¿Qué me dirás, sino que, a tres días pasados o a la segunda vista, no hay quien de ello se maraville? Todo es así, todo pasa de esta manera, todo se olvida, todo queda atrás”.

Tal vez, en rara ocasión nuestro sujeto se confunda y piense por unos minutos que aquella atención y mirada que una de aquellas flores juveniles le dedican sean otra cosa que curiosidad, delicadeza educada o, acaso, piadosa conmiseración. Debería salir pronto del
engaño y traer a la memoria aquellas palabras del Marqués de Santillana:

“Suspirando iba la niña,
 E non por mí,
 que yo bien se lo entendí”.

O mejor, con Campoamor, más claro, más irónico, más rotundo:

“Las hijas de las madres que amé tanto /
me besan ya como se besa a un santo”.



1 comentario:

Anónimo dijo...

feliz san mateos