No es normal emplear siete u ocho años en leer un libro de
bolsillo o algo más que de bolsillo, y eso es lo que te pasó con el que
ahora comentas. Alguien te lo regaló y como tampoco te obsequian con tantos
(quizá porque saben o sospechan de tus manías) resulta de mala educación no
leerlos. Aunque los vayas postergando un poco, al final te pones manos a la
obra o a la lectura.
Hará siete u ocho años que lo empezaste, el último de
unas vacaciones de verano, la hora de volver se habrá echado encima y no te daría
tiempo más que de leer una tercera parte. Lo normal sería seguir con la lectura en el tiempo lectivo (que no siempre es cuando más se lee, mas no
contradigamos la etimología) pero vete a saber por qué no lo hiciste. Este
verano reanudaste la lectura, no sin antes despejar la duda de si volver al
inicio o al marcador, que durmió unos años en la página 180. Por cierto, el
marcador era una tarjeta de un restaurante que ya no existe. Saltaste esas
ciento ochenta primeras páginas. Al fin y al cabo, se trata de un libro de
viajes y no habría mucho hilo que coger.
El libro relata uno de los viajes a África de Javier
Reverte. Lo inició en Ciudad del Cabo y siguió por Zimbabue, el lago Victoria, Ruanda
y el Río Congo. El escritor intenta ajustarse someramente al itinerario
inicialmente previsto, pero se trata de un guion orientativo, del que se
apartará a veces por imponderables, a veces por intuiciones o arrebatos.
¿Y hacia dónde
dirigirme ahora? Mi propósito último era llegar al río Congo y navegarlo. Pero
quería ir hacia allí sin prisas, decidiendo el camino sobre la marcha, como un
vagabundo perezoso abierto a la sorpresa. Ésa es la mejor sensación de
libertad, por no decir la única: viajar por viajar, y no para llegar a un
sitio.
Siguiendo una técnica habitual del género, con un estilo
sobrio enmarca las experiencias del viaje con unas pinceladas, a veces
extensas, de la historia tristísima de los países visitados y de la oscura
realidad presente: los sobornos constantes, la corrupción, la violencia étnica,
la dura selva, bien alejada de imágenes idílicas.
Cambiando leones por lobos, alguna situación te suena.
- Hay leones por aquí, Rubén?
- - Claro,
míster Martin, y son demasiados. El Gobierno se empeña en conservarlos para dar
gusto a los turistas mientras que nosotros tenemos que vérnoslas con ellos.
Nadie nos paga las cabras que se comen. Y también se comen algún vecino de vez
en cuando. África es un fastidio para los africanos, señor Martin. ¿No sabrá de
algún trabajo en Europa? Me iría con gusto.
Reverte evita Burundi, país que te recuerda que algunos de
tus formadores en el Seminario marcharon allí de misioneros y al volver contaban
las luchas entre los hutus y los tutsis, tristemente famosas años después por
los genocidios mutuos en toda la zona.
Ni se le ocurra ir por
carretera a Ngara. Hay muchos bandidos y guerrillas de hutus. Los bandidos
asaltan los autobuses, apalean a los viajeros, les roban todo lo que tienen y
se llevan algunas mujeres con ellos. N cruce por allí, ni tampoco por Burundi,
en Burundi hay guerra, ¿OK, míster Martin?
Más allá del encanto de la aventura, sacas la conclusión de
que queda mucho por hacer. Y el eterno dilema de si atajar las desigualdades
con caridad o con justicia, por las buenas o por las malas.
Son las diez y media y
el barco se aleja de Bolobo. Salgo a cubierta. El poblado maldito se va
quedando atrás, hundido entre la selva, con los juncos de la orilla agitados
por el viento feo de la mañana. Quiero guardar en mi memoria la imagen de este
lugar perverso (...) Mis ideas contra la pena de muerte chocan con mis
sentimientos de hoy.