2017/09/28

BARQUILLOS

Lees una entrevista a Ramiro el peluquero (desde hace años anunciado como 'psicoesteta', lo que te genera una mueca de entre ternura y pena) recordando cómo llegó a  Oviedo desde su Moreda natal y descubrió el sabor de los barquillos: "venía del pueblo, nunca había salido de allí y me supieron tan bien...", palabras sencillas, tan alejadas de la palabrería psicoesteticiènne...

Hace muchos años (¿treinta?) que no pruebas un barquillo. Es un sabor  asociado a tiempos remotos de estrecheces. Te remuerde la conciencia pensar en esos sabores lejanos y mercantiles de la infancia y la adolescencia. Parece una bagatela pero la economía de tu familia era muy apretada y se hacía un esfuerzo para que tú pudieras disfrutar con la textura del barquillo, con ese crujido inigualable al meterlo en la boca, su sabor inconfundible a galleta y miel, ese regusto que te obligaba a apretar los labios y a limpiarlos con la lengua para que no se perdiera ni una micra.

Hoy te los podrías permitir pero la entrevista a Ramiro te recordó tiempos de escasez y su apocamiento asociado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Antes como antes y ahora como ahora. Los 'Recuerdos de Niñez y Mocedad' permanecen en nuestro recuerdo a través del tiempo de una manera más indeleble que sensaciones más recientes. Ser pobre no es un delito, pero esos recuerdos te hacen sentir muy mal. La escasez es más tolerable que que la generosidad en la privación de los mayores por complacer a los niños. Un barquillo, una bici, unos patines... hoy una wii, un smartphone, tatuajes, aro en la nariz, no perderse una fiesta en el último lugar de moda, ... con unos padres en paro, es mucho peor que lo de tu barquillo cuando eras niño. ¿Es mejor no tener hijos si no le puedes dar todos los caprichos? Aprendiste a apreciar, más que el precio de las cosas, su valor, el esfuerzo por conseguirlas. Podemos trasponer el ejemplo a las represiones a las que te han sometido en las distintas circunstancias de la vida y como con los barquillos, el gato escaldado, del agua fría huye.

Anónimo dijo...

Hay placeres que nos hacen apretar fuerte los labios y ese regusto perdura a través del tiempo. Hay quien sucumbe al placer. Aparte del placer de mandar, hay placeres más carnales. El placer del sabor y la gula; el placer del sexo y la lujuria (si bien la lujuria engloba todos los placeres exacerbados) el placer de no hacer nada. Si todo perseguimos el placer, creo que hay un montón de masocas que disfrutan sufriendo (son peores los sádicos que hacer sufrir). La peor de las injusticias es la represión. Pero creo que peor aún es el 'laiseez faire' de los padres y educadores que no saben transmitir una disciplina a sus pupilos. Y así nos va a todos por culpa de estos mal educados, consentidos, caprichosos, tiranos con sus propias apetencias, gente que no aguanta un revés cuando le vienen mal dadas, gente sin capacidad de resilencia. En tu niñez los padres (y profesores -curas o no-) enseñaban a los hijos el estoicismo. Hoy padres, hijos y profesores cultivan el hedonismo. Y los hijos tiranizan a los padres (que no han sabido serlo) y a profesores (que se juegan una hostia de esos padres) El resultado es gente blandita con muchos problemas sicologicos, sin sufrencia. Estos seres amorfos no están adaptados para la competencia, para la competitividad, para la iniciativa individual... son como borregos.
¿Te acuerdas de tus primeros placeres con una chica? ¿qué sabor te dejó a ti dejaste esa vida de penitencia, obediencia y castidad? ¿O lo del seminario, más que vocación fue una solución para aliviar a la familia 'de escasez y apocamiento'? Imagino que tus hermanas irían con las monjas.

Anónimo dijo...

A un panal de rica miel